Los infinitos libros de fantasía

¿Cómo se define la literatura fantástica? ¿Debemos incluir solo las historias de un mundo totalmente inventado o basta con un elemento inexplicable introducido en nuestra sociedad?

Libros de fantasía

A la mayoría de las personas, la expresión «libros de fantasía» les sugiere dragones voladores, excéntricos magos, criaturas monstruosas y hechizos para dar y tomar. También un cierto tono infantil o juvenil, y quizá un discreto barniz moralizante extendido sobre esas luchas del bien contra el mal. Sin embargo, la literatura fantástica, se defina como se defina, es y ofrece mucho más de lo que indican todos esos clichés. 

La geografía y las vagas fronteras del género fantástico

Ya sabemos que acotar géneros es una de las ocupaciones preferidas de los estudiosos, pero en este caso parece una misión casi imposible. En primer lugar, porque lo fantástico está en el meollo de la literatura misma y porque se puede manifestar de mil y una formas: no hay duda, por ejemplo, de que la ciencia ficción contiene mucha y muy sofisticada fantasía, lo mismo que la literatura de terror.

Por si discernir eso fuera sencillo, está también la cuestión de la medida: ¿debemos incluir en el género solo aquellas historias que transcurren en un mundo total y fantásticamente inventado, al modo de Tolkien, o basta con un elemento inexplicable introducido en nuestra muy reconocible sociedad, como el enorme insecto en que se convierte el Gregor Samsa de La metamorfosis

Por otra parte, ¿cómo catalogar una historia de Álvaro Cunqueiro en la que se cuenta que varios demonios se reúnen en los riñones de una viuda para jugar al tute? ¿En qué cajón meter la colosal La saga/fuga de J. B., donde una ciudad que no sale en los mapas empieza a levitar cuando entra en estado de ensimismamiento colectivo?

El problema, como se puede ver, no tiene ni tendrá una solución clara. Pero, aparte de los redactores de tesis y, ocasionalmente, los editores que necesitan vender sus libros, pocas personas están realmente interesadas en esa definición imposible de precisar. Lo que sí resulta apasionante, en cambio, es rastrear algunos de los hitos imaginativos que han quedado negro sobre blanco para formar varios de los mejores libros de fantasía jamás escritos.

Un origen mitológico

Eolo tenía a los vientos sujetos con cadenas en una gruta, y los liberaba cuando quería. Estas explicaciones que los griegos, al igual que otros pueblos mucho más remotos, se daban a sí mismos sobre los fenómenos naturales, originaron toda una intrincada mitología que está en la raíz de los relatos fantásticos de Occidente. Algo parecido se puede decir de los mitos nórdicos que alimentaron las sagas escandinavas y, siglos más tarde, los cómics ideados por Stan Lee y Jack Kirby.

La Edad Antigua dejó ya ejemplos de relatos indudablemente fantásticos, como la Historia verdadera, de Luciano de Samósata. Pero habría que esperar algo más para las primeras grandes referencias de lo que será el género en los tiempos modernos: Las mil y una noches recopila historias tradicionales de Oriente para formar una de las cumbres de la fantasía medieval. No se puede poner en duda la condición de muchos de sus relatos, atiborrados de encantamientos, alfombras voladoras, genios y lámparas mágicas, pero sí su cronología, pues lo cierto es que el origen real de esas narraciones se pierde en la noche de los tiempos.

Por otra parte, como creación genuinamente europea aparecerá la materia de Bretaña, trascendental mixtura de leyendas, mitos y aportaciones individuales cuya influencia en la literatura posterior es difícil calcular, y que, entre otras muchas cosas, constituye el germen de lo que cientos de años después recibirá nombres como fantasía épica o fantasía heroica.

Parece claro que, quedasen más o menos codificados en textos escritos, fueron los cuentos narrados oralmente, al calor del fuego, los que desde tiempos inmemoriales mantuvieron el aliento de los relatos fantásticos vivo en el corazón de las personas hasta los siglos recientes, cuando las cosas empezaron a tomar otro rumbo.  

El inicio de la fantasía moderna

Toda esa extraordinaria tradición oral va a ser recibida y transformada por la mentalidad de los tiempos modernos. Pero antes ha de ser recuperada, al menos parcialmente. Charles Perrault recoge en los Cuentos de Mamá Ganso, de 1697, narraciones y leyendas antiguas que rehace y dulcifica hasta darles forma de cuentos infantiles. Más fábulas y cuentos de hadas serán recopilados, ya en el siglo XIX, por el danés Hans Christian Andersen y los alemanes hermanos Grimm. 

El temperamento romántico, que surge como reacción al rampante racionalismo del siglo XVIII, muestra también su gusto por lo sobrenatural, lo maravilloso y lo inusual; es un caldo de cultivo idóneo para que emerjan los libros de fantasía y aventuras y para que vea la luz la obra fundacional de lo que se denominará novela gótica, poblada de fantasmas, maldiciones y atmósferas oníricas: El castillo de Otranto, escrito en 1764 por el británico Horace Walpole. 

Otros autores decimonónicos como E. T. A. Hoffmann o Edgar Allan Poe hacen sus valiosas aportaciones a la literatura fantástica, orientada en muchas ocasiones hacia lo terrorífico. En la misma tendencia se mueven el Frankenstein de Mary Shelley y el Drácula de Bram Stoker, uno aparecido al principio de la centuria y otro a su final. Pero también pertenecen a este siglo la obra de George MacDonald, que Tolkien leerá con atención, la inquietante El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Stevenson, y la inmortal Alicia en el País de las Maravillas, que Lewis Carroll publicó en 1865.

Todas toman parte en un heterogéneo conjunto literario que irá impulsando cierta transición de las formas tradicionales a las modernas, y desembocará en las múltiples manifestaciones de la fantasía escrita que marcarán la primera mitad del siglo XX.

Las mil direcciones de lo fantasioso   

Para el cambio de siglo, los escritores con tendencia a fantasear tienen mucho donde escoger. Lovecraft, padre del horror cósmico inspirado por Poe y Lord Dunsany, construye su propia mitología oscura y se relaciona con un puñado de autores que publican en la revista Weird Tales y aprovechan el tirón popular de la literatura pulp. El desprecio con el que esta es tratada por los literatos serios no impide que en sus páginas florezcan la nueva ciencia ficción, con nombres como Ray Bradbury, y novedosos subgéneros de lo fantástico. Precisamente uno de los amigos de Lovecraft, Robert E. Howard, pasará a la historia como padre de Conan el Bárbaro e impulsor de una corriente que desembocará en la denominada alta fantasía.

Tampoco se abandonan los libros de fantasía juvenil e infantil, con la publicación de El maravilloso Mago de Oz en 1900, y la creación del personaje de Peter Pan pocos años más tarde. Algo radicalmente distinto son las narraciones alucinantes de Franz Kafka y los cuentos de Jorge Luis Borges, que trascenderán los géneros para dejar una huella profunda en las letras y el pensamiento contemporáneos. Un fenómeno parecido sucede, en menor medida, con los autores hispanoamericanos que se apuntan a la exitosa tendencia del realismo mágico.

Sin embargo, la literatura fantástica va a conocer un impacto mucho mayor en la cultura popular. En 1937, John Ronald Reuel Tolkien publica El hobbit y muestra todo un mundo inventado que desarrollará en su celebérrimo El Señor de los Anillos, cuyos varios volúmenes ven la luz durante los años cincuenta. Nada será igual en el género desde la aparición de estas dos obras, y el universo creado por Tolkien se convierte en modelo y referencia ineludible para los escritores de fantasía durante décadas.

Curiosamente, un amigo del creador de la Tierra Media llamado C. S. Lewis escribiría la saga de Las Crónicas de Narnia, también publicada durante los años cincuenta del siglo pasado y también convertida en hito de la novela fantástica.

Otros nombres como Ursula K. Le Guin o, más recientemente, George R. R. Martin, han contribuido a ensanchar un género que ha encontrado en el cine un aliado y un competidor a partes iguales. Pero, fuera del foco y ajenos al brillo de las adaptaciones cinematográficas para el gran público, continúan existiendo autores que trabajan para renovar el estilo y librarlo de unos clichés que parecen experimentar cierto agotamiento.

En cualquier caso, no siempre ha sido posible entrar en cualquier librería y encontrar sin demasiado esfuerzo la receta fantástica que se nos antoje: libros de fantasía y magia, libros de fantasía y romance, obras infantiles de desbordante imaginación y libros de fantasía para adultos, todos ellos tras los pasos de los maestros y las voces de quienes narraron historias asombrosas en voz baja hace incontables años.    

El león, la bruja y el armario
C. S. Lewis
Las crónicas de Narnia
Los libros de Terramar
Ursula K. Le Guin
Los libros de Terramar
Juego de Truenos
George R.R. Martin
Canción de hielo y fuego
El Señor de los Anillos
J.R.R. Tolkien
El señor de los anillos
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