Los libros de cuentos infantiles han sido una poderosa referencia para los niños desde hace muchas generaciones. Pero las historias especialmente creadas para los más pequeños no siempre han existido. Durante siglos, los chiquillos escucharon los mismos relatos que los adultos, y hasta el XIX no consolidó la literatura infantil un espacio propio y diferenciado.
Mucho antes, es cierto, hubo recopiladores de las leyendas e historias orales que serían el germen de buena parte de los mejores cuentos para niños. Pero esas historias solían resultar demasiado crudas para presentárselas a los chicos tal cual. Si nos preguntamos, por ejemplo, cuál es el cuento más famoso del mundo, seguramente nos venga a la cabeza Caperucita Roja. Pues bien, el relato tradicional, con descuartizamiento de la abuela incluido, era tan terrorífico que Charles Perrault decidió suavizarlo cuando lo recogió en un libro de cuentos allá por 1697.
¿Cuáles son los cuentos infantiles más famosos?
El libro de Perrault, conocido como Cuentos de Mamá Ganso (también titulado Cuentos de hadas), contenía otros relatos hoy clásicos como La bella durmiente del bosque, Pulgarcito, El gato con botas o Cenicienta, pero quizá ninguno supere en popularidad al de la niña que iba a visitar a su abuelita. Tampoco les falta fama, desde luego, a Blancanieves, Los tres cerditos, El flautista de Hamelín o El patito feo.
Las versiones que nos han llegado de todos ellos tienen esa dimensión didáctica propia de los cuentos para niños. Es fácil ver en Caperucita o Hansel y Gretel una advertencia sobre los peligros de los oscuros bosques que en tiempos cubrían parte de Europa, por no mencionar las enseñanzas contenidas en las fábulas de La Fontaine o Samaniego. Ambos autores retomaron en los siglos XVII y XVIII la tradición de Esopo, y reescribieron piezas como La cigarra y la hormiga o La liebre y la tortuga que acabaron sumándose a los relatos clásicos para contar a los pequeños.
El mágico y misterioso Oriente también llegó a los niños en forma de cuento. De los muchos que componen las Mil y una noches, probablemente son Aladino y la lámpara maravillosa y Alí Babá y los cuarenta ladrones los que han abierto más bocas y han provocado sueños más fantásticos.
* El contenido de estas obras es integro, no se trata de adaptaciones para el público infantil.
Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm
Como decíamos, el XIX fue el siglo dorado de los cuentos de hadas y la literatura para niños; y lo fue, sobre todo, gracias al danés Hans Christian Andersen y los alemanes Jacob y Wilhelm Grimm. A ellos debemos muchos de los mejores cuentos cortos que han llegado a nuestros días, aunque la labor de uno y de otros no fuera exactamente la misma.
Andersen siempre quiso ser reconocido como escritor de obras «serias», pero la fama le llegó por donde menos esperaba y, a día de hoy, sus cuentos infantiles completos están en la historia de la literatura. Hans Christian inventó buena parte de esos cuentos, y recogió y adaptó viejas leyendas nórdicas para dar forma a los demás.
En esa labor recopiladora también destacaron los Grimm, que sin embargo no fueron genuinamente creadores. Su concienzudo trabajo rastreando cuentos populares de Centroeuropa sacó a la luz maravillas como Rapunzel o El sastrecillo valiente, que por supuesto tuvieron que edulcorar para que el público más joven no se asustara. Así que cuando se habla de los cuentos originales de los hermanos Grimm habría que matizar que, en realidad, no son tan originales.
El ansia de Jacob y Wilhelm por coleccionar historias orales no era casual. Ciertamente, ambos fueron eruditos y filólogos, pero resulta además que en su época adquirieron fuerza las ideas románticas que darían impulso a los nacionalismos. Los Grimm quisieron contribuir a la construcción de una cultura común que definiera la identidad de la nación alemana, pero, cosas de la historia, quedaron en la memoria colectiva como los recuperadores de muchos relatos de alcance universal.
Cuentos infantiles modernos y adaptaciones de Disney
Personajes como Mary Poppins, de Pamela Lyndon Travers, y Peter Pan, de James Matthew Barrie, son ya creaciones de un siglo XX que encumbró a autores como Roald Dahl y Richmal Crompton. Charlie y la fábrica de chocolate y Charlie Brown se convirtieron rápidamente en clásicos y tomaron el testigo de los personajes decimonónicos. Pero no llegaron, quizá, a igualar el impacto de las versiones cinematográficas de Disney. Y es que ya son muchas las generaciones que han descubierto a Pinocho o a Mowgli en las pantallas y no en las páginas de un libro, un detalle que no parece haber cambiado el interés y la emoción que esas historias despiertan en los más pequeños.
¿Cuál es la diferencia entre el cuento popular y el cuento literario?
Ya hemos visto que el origen de infinidad de cuentos está en la tradición oral; en historias transmitidas de viva voz durante cientos de años. Cada narrador las contaba a su manera, omitiendo, alterando y añadiendo, por lo que acababan generándose muchas variaciones de cada relato.
Cuando un autor recoge esa tradición y la fija, de algún modo, a través de la forma escrita, el cuento popular pasa a ser parte de la literatura estrictamente considerada. Y pasa también a relacionarse con la persona que lo ha puesto negro sobre blanco. Por supuesto, y aparte de esa labor recuperadora, hace mucho que se generalizó el cuento como obra individual y que los relatos cortos tienen su lugar entre los mejores libros de todos los tiempos. Pero esa, como suele decirse, ya es otra historia.