La idea popular de la ciencia ficción viene del cine y la televisión mucho más que de la literatura. Y sin embargo, se trata en esencia de un género literario. Los libros de ciencia ficción llevan alrededor de siglo y medio especulando acerca del efecto de futuros avances científicos sobre la especie humana, y valiéndose de relatos ficticios para crear mundos verosímiles y plantear preguntas que van de lo tecnológico a lo filosófico.
Aunque las obras del género han desplegado a menudo una fantasía desbordante, no es esa la característica que lo define. La literatura fantástica es mucho más antigua que la ciencia ficción; lo es, de hecho, casi tanto como la literatura misma, pero en ella no se intenta dar una explicación racional a aquello que no parece posible. Las alfombras voladoras aparecen de forma recurrente en antiquísimas historias orientales y, por supuesto, en Las mil y una noches, pero, ¿por qué vuelan? ¡Porque son mágicas!
Ese enfoque es el que separa los relatos de pura fantasía, que por fortuna sobrevivieron al estirado siglo XVIII, de la literatura de ciencia ficción. Esta necesita dar argumentos mínimamente rigurosos que expliquen cómo es que una pieza de tejido con dibujos puede despegar cual helicóptero. Así que textos como Historia verdadera, de Luciano de Samósata, en el que un hombre visita la luna y ve que los selenitas tienen ojos de quita y pon, se excluyen de la historia de la ciencia ficción para entrar con todos los honores en el terreno de lo fantástico. Al igual que las mil extrañas máquinas presentes en narraciones antiguas, o el gigantesco autómata de bronce que, en la mitología griega, protegía la isla de Creta.
Los verdaderos pioneros
Mínimamente acotadas las cosas, la pregunta es cuál podríamos considerar primer libro de ciencia ficción. Y el Frankenstein de Mary Shelley, de 1818, parece una respuesta razonable, pues más allá de su dimensión terrorífica se apoyaba en una hipótesis científica de la época. Se creía entonces que la electricidad podría llegar a revivir a los muertos, y Shelley especuló con aquella teoría para dar una base verosímil a su historia.
Hubo que esperar décadas para que un francés llamado Jules Verne, cautivado por los adelantos técnicos, alumbrara una obra colosal subida a los hombros de la ciencia y llevada a todos los escenarios posibles, de los hielos a los volcanes y de las entrañas planetarias al espacio exterior. Relatos como Veinte mil leguas de viaje submarino o De la Tierra a la Luna hicieron de Verne el gran nombre del género en el XIX, responsable del impulso definitivo de la ciencia ficción. Su testigo lo recogería H. G. Wells, más inclinado a introducir planteamientos sociales en clásicos como La máquina del tiempo y La guerra de los mundos.
Literatura de quiosco y algo más
En el primer tramo del nuevo siglo todo sucederá a velocidad vertiginosa. Aparte de las aportaciones singulares de Lovecraft y su horror cósmico, la ciencia ficción acabará abriéndose camino en un medio inesperado: las revistas baratas que, en Estados Unidos, buscan lectores adolescentes. Es la era de la pulp fiction, una especie de paso por los infiernos que despojaría al género de prestigio literario pero traería cosas positivas a cambio. Entre ellas, un nombre propio, Science Fiction, creado por el editor de la revista Amazing Stories, Hugo Gernsback.
Ya en los años treinta, Orson Welles y su impactante retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos dan otro empujón al interés por esos relatos que hablan de tecnología insólita y vehículos espaciales. Se multiplican las revistas, y varias de ellas adoptan un punto de vista más riguroso sobre la materia. Al otro lado del océano, en una atmósfera diferente, el británico Aldous Huxley publica Un mundo feliz, que se convertirá en una de las más célebres novelas distópicas.
La brillante madurez de la ciencia ficción
Son los cuarenta y el mundo contempla horrorizado la cara más oscura del desarrollo tecnológico. La bomba nuclear aparece como una espantosa realidad de la que ya habían hablado los relatos de ciencia ficción, ahora mejor considerados. Pero la década ve también asomar los nombres fundamentales de Arthur C. Clarke y Ray Bradbury, cuyos primeros cuentos son publicados en revistas del género, y el inicio del fenómeno ovni, alimentado por el célebre suceso de Roswell.
La primera mitad de la centuria termina con la inquietante 1984, de George Orwell, mientras la Sci-fi más visual y aventurera se prepara para saltar al cine. Sin embargo, es la época en que los libros de ciencia ficción van consolidando su prestigio, ampliando su lenguaje y ganando en profundidad y amplitud. En adelante, el marco del género lo admitirá todo gracias a las aportaciones de Isaac Asimov, Stanislaw Lem, Brian W. Aldiss y otros autores notables.
Nuevas tendencias y subtendencias
El género experimenta nuevas mutaciones camino del final del milenio, sirviendo de campo de pruebas a las parábolas cibernéticas. El galopante desarrollo de la informática inspira el oscuro ciberpunk y sus sórdidos escenarios futuros. Tanto esa corriente, capitaneada por William Gibson, como su vástago postciberpunk, menos pesimista y marginal, sitúan su acción en nuestro planeta para desarrollar sus elucubraciones, y se irán disgregando en subgéneros como biopunk, steampunk o retrofuturismo, cada uno de ellos centrado en una perspectiva específica.
Siguen vigentes ciertos planteamientos tradicionales a la hora de proyectar la imaginación sobre el futuro: las novelas utópicas conviven con la inevitable distopía; y de la ucronía, especulación con una realidad alternativa partiendo de un acontecimiento histórico que hubiese ocurrido de forma diferente, nacen las llamadas novelas ucrónicas. Lo más concreto y lo más abstracto parecen, así, encontrar acomodo en ese espacio multiforme que ofrece la ciencia ficción moderna.
Algunos libros de ciencia ficción ineludibles
Para hacer justicia a todas las grandes obras de ciencia ficción sería necesaria una larga lista, así que nos limitaremos a una docena de clásicos que sirvan de referencia a quienes deseen entrar en este sugestivo género.
1. Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley
Cierta noche de 1816, a orillas de un lago suizo, Lord Byron desafía a tres amigos a escribir un relato de terror. No perdurarán el del famoso Lord ni el del poeta Shelley, sino el de la prometida de este, texto fundacional de la ciencia ficción según no pocas opiniones.
2. De la Tierra a la Luna, Jules Verne
El visionario Verne subió a tres hombres a un proyectil disparado por un gigantesco cañón, y en la novela que siguió a esta los hizo orbitar alrededor de la luna antes de devolverlos a casa. Sigue impresionando la capacidad de anticipación del autor francés, que tuvo que soportar las burlas de los científicos de su tiempo.
3. La máquina del tiempo, H. G. Wells
Hubo una máquina anterior a la de Wells: el anacronópete del madrileño Enrique Gaspar. Pero, evidentemente, ha trascendido el relato del londinense, quien empleó los viajes en el tiempo para plantear algunas cuestiones morales que le preocupaban más que el progreso tecnológico.
4. Un mundo feliz, Aldous Huxley
Una sociedad ordenada, pacífica y segura que engendra individuos sin voluntad, dispuestos a ocupar su lugar en un sistema de castas; una droga que se emplea para suprimir la depresión y la tristeza; una distopía con apariencia utópica y cargada de preguntas espinosas.
5. 1984, George Orwell
Otra ficción distópica situada en el Londres del año que le da título. La Policía del Pensamiento y el omnipresente Gran Hermano crean una atmósfera asfixiante en la que solo existe una verdad. La obra, de 1949, ha tenido notable influencia en la literatura y el pensamiento posteriores.
6. Crónicas marcianas, Ray Bradbury
Un inolvidable libro de relatos sobre la colonización del planeta rojo que Bradbury escribió cuando no tenía un duro y que ha quedado como uno de los hitos de la ciencia ficción. Menos preocupado por el rigor científico que por la fuerza narrativa, Bradbury es, sin duda, uno de los grandes prosistas del género.
7. Fundación, Isaac Asimov
En la novela, iniciadora de una exitosa serie, la humanidad se ha dispersado por la galaxia y está regida por un imperio cuyo final se puede predecir exactamente gracias a la ciencia de la psicohistoria, creada por el matemático Hari Seldon.
8. Solaris, Stanislaw Lem
Otro clásico indiscutible centrado en el inquietante océano inteligente del planeta Solaris, capaz de leer y manipular las mentes de los humanos, y los inútiles esfuerzos de estos por comprenderlo.
9. Dune, Frank Herbert
También primera obra de una saga aclamada, gira alrededor de las intrigas imperiales, el árido planeta Arrakis y un adolescente señalado por el destino llamado Paul Atreides.
10. 2001: Una odisea espacial, Arthur C. Clarke
Más explícita que la críptica película de igual título, la obra tuvo su germen en un relato titulado El centinela que el autor había publicado en 1951. Alrededor creció una alucinante epopeya cósmica que indaga en las naturalezas humana y divina, y a la que Kubrick hizo justicia visual.
11. Neuromante, William Gibson
Una de las banderas del ciberpunk y primera novela del escritor que acuñó la expresión ciberespacio. En un sombrío futuro de enormes metrópolis contaminadas, un pirata informático es contratado para cierto complicado trabajo.