Decía Steinbeck que casi toda la literatura contemporánea en lengua inglesa se asentaba sobre las historias bíblicas y la Materia de Bretaña. Quizá exageraba y quizá no.
En el principio, un guerrero celta
Britania, siglo V. Roma se hunde y sus legiones han abandonado la isla, dejándola a merced de los bárbaros germánicos. Los britanos, descendientes de los celtas, se preparan para repeler a los invasores y las carnicerías se suceden. Bajo el mando de cierto caudillo se logran varias victorias y las ansias del enemigo se frenan por unas décadas. La leyenda acaba de echar a rodar.
Los juglares cantan las hazañas de aquel héroe llamado, quizá, Artorius. La tradición oral añade elementos, los mezcla y los deforma, y todas esas narraciones de Gales y Cornualles llegan al continente. Tiempo después, en el siglo XII, un tal Geoffrey de Monmouth escribe la Historia de los reyes de Britania y recupera los relatos orales sobre el legendario Arturo, enmarañando realidad con ficción y sumando al mago Merlín y algunas otras cosas.
Para entonces, las historias artúricas son muy populares. Pero falta un escritor que les haga verdadera justicia, y ese va a ser Chrétien de Troyes. Con varios libros (entre ellos, el Cuento del Grial, o Perceval) que podrían llamarse novelas aunque estén compuestos en verso, lleva a otras alturas el viejo ensueño celta. Para la centuria siguiente llegan las obras largas en prosa, y la Historia de Lanzarote del Lago queda como cumbre indiscutida.
Muchos otros autores recrean aquellos mundos de brujos, espadas y profecías, pero será Thomas Malory quien, de alguna manera, cierre el círculo escribiendo en la cárcel su Muerte de Arturo, una especie de compendio de todas las corrientes de la Materia de Bretaña. Ya es el siglo XV y la Edad Media se muere sin remedio, pero el mito artúrico, por supuesto, sobrevivirá.
Entonces, ¿cuál es la historia?
Aquí no hay una historia, sino varias, que recogen y amalgaman diferentes leyendas para formar un asombroso monumento de creación colectiva. Es posible, sin embargo, señalar los pilares de ese enorme edificio:
Arturo Pendragon, nacido y criado en circunstancias singulares, gobierna una corte pluscuamperfecta sobre la que luego se abaten las sombras. Sufre la traición de Lanzarote y de su esposa Ginebra, y acaba luchando a muerte con su hijo Mordred hasta que, malherido, es transportado a la brumosa isla de Avalon. Pero ese no es el final, pues se cree que un día regresará a empuñar su espada y recuperar su reino. Tan en serio se tomaban esto los británicos que, en 1554, cuando Felipe II desposó a María Tudor y se convirtió en rey de Inglaterra, tuvo que jurar que renunciaría al trono si Arturo volvía a reclamarlo.
El simbólico Grial es otro de los grandes troncos narrativos y, como tantas cosas, fue introducido en la saga por Chrétien de Troyes. Se trata de la búsqueda por antonomasia en la literatura europea y va a traer de cabeza a los caballeros de la Tabla Redonda, pero no será el invencible Lanzarote quien la culmine, pues sus amores con Ginebra lo hacen indigno de la reliquia.
Habría aún que añadir la historia de Tristán, un relato independiente que se fundió con el ciclo, y los personajes de Merlín, el Rey Pescador, la Dama del Lago o Morgana, además de la espada Excalibur, las hadas y los bosques salpicados de prodigios. Un torrente de fantasía y tragedia cuya fuerza inundaría durante siglos literatura y realidad.
Los caballeros de carne y hueso
La fascinación medieval por el ideal caballeresco de Perceval y Galahad fue tal que aquellos paladines imaginarios acabaron existiendo. Los relatos transformaron la historia e inspiraron a personajes tan increíbles como Jacques de Lalaing o Suero de Quiñones, que recorrieron el mundo lanza en ristre batiéndose en pasos de armas, luchando por el honor de una dama y logrando pasmosas hazañas como si salieran de las páginas del Lanzarote. Pero esta vez todo era cierto.
Se entiende, entonces, que Amadís de Gaula y otras obras caballerescas escritas en tierras hispanas llevaran a la locura al buen Alonso Quijano, y que la primera novela moderna naciera, así, bajo el ala de aquellos campeones con armadura y yelmo emplumado.
Libros y más cosas
El ciclo de Bretaña también inspiraría a una infinidad de creadores que incluye a pintores, músicos, cineastas y literatos. Algunas veces (El señor de los anillos es un buen ejemplo), la sombra de Camelot ha sobrevolado sutilmente las narraciones, y otras, los autores han retomado personajes con nombre y apellidos, como Tennyson en sus poemas artúricos o Cunqueiro en Merlín y familia.
John Steinbeck fue otro ilustre obsesionado con el tema, y quiso reescribir la historia de Malory con las palabras del siglo XX. Pero la empresa le resultaba tan ardua que la abandonó varias veces, y el espléndido Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros quedó finalmente inacabado.
La leyenda, sin embargo, no parece necesitar a ningún nobel. Quizá porque ya tiene a un mago que se ríe de los siglos desde lo más profundo del bosque de Brocelandia.