No existe una definición clara de la literatura del absurdo. En realidad, ni siquiera se la puede considerar un género literario singularizado, a excepción, quizá, de su reflejo en el campo teatral: la etiqueta teatro del absurdo sí hizo fortuna en su momento y se ha consolidado para referirse a ciertos autores dramáticos. En lo que respecta al absurdismo y su huella en el vasto territorio de la literatura universal, podemos, sin embargo, hacer una pequeña e interesante exploración que nos permita rescatar algunas ideas recurrentes, algunos nombres, algunas actitudes y algunas obras.
La filosofía del absurdo
El sinsentido de la existencia es un viejo pasatiempo de los filósofos. En Kierkegaard y el atormentado Dostoievski se pueden encontrar ya planteamientos y obsesiones que recogerán autores posteriores, como Nietszche, y entre todos construirán lo que, para simplificar, se acabará llamando corriente existencialista.
Pero algo ocurre en la primera mitad del siglo XX. Ocurren, de hecho, tantas y tan graves cosas que inevitablemente van a pasar una seria factura a la salud mental y la sensibilidad de la raza humana. Entre ellas, el colapso del viejo pensamiento, las rompedoras vanguardias, la Revolución rusa, una guerra mundial, el psicoanálisis, las grandes crisis sociales, el imparable ascenso de los totalitarismos y otra guerra mundial.
Casi parece el suicidio de la especie, y el resultado no podía ser otro que miedo, desorientación, confusión y desamparo. Así, de repente, adquiere todo el sentido aquello de que nada tiene sentido. Albert Camus, que recibirá el Nobel de Literatura en 1957, explica en El mito de Sísifo que no es la vida lo absurdo: ¡los absurdos somos nosotros, tratando de buscarle un significado!
El absurdismo se cuela en la literatura
Ese pensamiento algo oscuro también lo alimenta Sartre (quien, por cierto, protagonizará con Camus una sonada disputa entre intelectuales), y va a pasar, naturalmente, a las letras. Lo hará con unas gotas de surrealismo y una tendencia a plantar lo ilógico y lo delirante en mitad de las situaciones más cotidianas. Pero esto último ya lo había hecho alguien antes; alguien que, sin ir más lejos, había escrito cómo el buen Gregor Samsa se despertaba una mañana convertido en monstruosa cucaracha.
No solo en La metamorfosis introdujo Franz Kafka asuntos semejantes; toda su obra está impregnada de angustia y hermetismo, y sus personajes a menudo han de hacer frente a sucesos completamente incomprensibles. Aunque murió en 1924, casi se podría decir que el genio de Praga anticipó todas las preocupaciones y las neuras del ser humano del siglo XX, y eso es anticipar mucho.
La cuestión, decíamos, es que de golpe y porrazo la vida no tiene ningún sentido. Nada lo tiene. Es una respuesta de lo más contundente a una pregunta clásica, y en cierto modo resulta liberadora, pues ya no hay nada que buscar. Así que el teatro se pone patas arriba en los años cuarenta y cincuenta, zarandeado por figuras tan particulares como el francés Jean Genet, el rumano Eugène Ionesco y el irlandés Samuel Beckett. Sus obras van a estar plagadas de escenas desconcertantes y personajes que sueltan largos e ingeniosos parlamentos de total incoherencia, como el famoso monólogo de Lucky en Esperando a Godot:
«Dada la existencia tal como surge de los recientes trabajos públicos de Pinçon y Wattmann de un Dios personal cuacuacuacua barba blanca cuacua fuera del tiempo del espacio que desde lo alto de su divina apatía su divina atambía su divina afasía nos ama mucho con algunas excepciones no se sabe por qué pero eso llegará…».
Todo parece perplejidad, incomunicación y reacciones que en ningún caso son las que se podrían esperar. Pero también hay mucho de hilarante, porque el humor ha servido como defensa frente al vacío existencial desde el principio de los tiempos. Y es que, si los autores del medio siglo van a tener continuadores como Arrabal o Harold Pinter, igualmente han tenido predecesores que en las letras españolas incluyen nombres como Miguel Mihura, Jardiel Poncela o el inefable Ramón Gómez de la Serna.
Casi un siglo después de la muerte de Kafka, quizá deberíamos hablar del absurdo en la literatura más que de la literatura del absurdo. El sinsentido sigue instalado en las letras porque también lo está en el corazón del ser humano, que continúa pareciéndose mucho a Vladimir, a Estragón y a Josef K.
Libros cargados de absurdo
La metamorfosis, Franz Kafka
Como es sabido, Gregor Samsa se despertó un día convertido en un descomunal insecto, así por las buenas. Se trata de un arranque que desubica al lector, pero no tanto como el comportamiento posterior de su familia. Pasado el primer sofocón, intentan ayudarlo sin demasiado entusiasmo, pero poco a poco se van hartando de las molestias que les causa tener aquel monstruo en una habitación, y la joven Grete, en inicio la persona más caritativa, acaba proponiendo a los demás deshacerse del bicho, que sigue siendo su hermano.
El extranjero, Albert Camus
A la célebre novela de Camus no se le podría llamar, realmente, ficción absurda en los términos en que son consideradas las obras teatrales de Ionesco o Beckett. Sí es, sin embargo, literatura que tiene su centro en la llamada filosofía del absurdo. Su apático, angustiado y pasivo protagonista, Mersault, no parece dar importancia a nada y no muestra siquiera dolor ante la muerte de su madre. Encuentra inútil todo esfuerzo, pues no va a evitar el único suceso de alcance en la existencia, que es la muerte.
La cantante calva, Eugène Ionesco
La primera pieza teatral de Ionesco no fue comprendida en su momento, naturalmente. Y su mismo origen tiene ya algo de absurdo, pues nació cuando el autor quiso aprender inglés siguiendo un sistema que lo obligaba a repetir las mismas frases básicas una y otra vez. Eugène no aprendió inglés, pero compuso una obra en la que dos matrimonios ingleses, una criada y un bombero conversan de forma disparatada e inconexa y hacen cumplido honor al absurdismo. Por supuesto, no aparece ninguna cantante calva.
Esperando a Godot, Samuel Beckett
Seguramente, la obra más emblemática y conocida del teatro del absurdo. Vladimir y Estragón esperan bajo un árbol a que llegue Godot y hablan de cosas aparentemente banales. Ni al empezar ni al terminar sabemos quién es Godot ni por qué lo esperan; y no es que hayan faltado teorías al respecto en estos últimos setenta años. Los críticos hablan invariablemente del vacío existencial, el tedio, la expectativa de algo que nunca llega, la nada. Suena bastante angustioso para una lectura que, en realidad, resulta de lo más divertido.
El rinoceronte, Eugène Ionesco
Otro tótem de la literatura del absurdo que usa una idea emparentada con la metamorfosis kafkiana. En este caso, es un rinoceronte lo que aparece en un pueblo y origina una especie de epidemia por la cual los habitantes se van convirtiendo en esos animales. Solo uno de ellos, llamado Berenger, resulta inmune al contagio, lo que lo acaba condenando a la soledad y la incomprensión. La historia parece hacer referencia a la dócil aceptación de los totalitarismos por las masas acríticas, y el terrible coste de mantener la individualidad y cierto sentido de la moral.
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