Ray Bradbury deseaba ser el primer humano enterrado en Marte. Y merecería ese honor por una obra que figura entre las más audaces y estimulantes que dio el siglo XX.
Un puñadito de nombres podría, seguramente, resumir la ciencia ficción del siglo pasado; los de quienes cogieron el testigo de los pioneros Verne y Wells y llevaron las cosas mucho, muchísimo más allá. Bradbury siempre aparece ahí, junto a Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, pero… ¿es realmente un autor que se pueda encasillar así como así?
Un extraño escritor llamado Ray Bradbury
El de Illinois publicó a lo largo de su vida más de una cincuentena de libros. La fama le llegó tanto por sus volúmenes de relatos (en especial, Crónicas marcianas) como por la novela Fahrenheit 451, pero también hizo guiones para series de televisión y para la adaptación al cine que John Huston realizó de Moby Dick. Además, escribió teatro durante décadas y llegó a fundar la compañía Pandemonium, que representó varias de sus piezas. Le quedaba la poesía para completar el póker de géneros y, por supuesto, tampoco la dejó de lado.
Bradbury escribía a diario, compulsivamente. En su producción predomina lo fantástico, pero también hay suspense y terror; realismo e intenciones morales. Y a todo eso habría que añadir la calidad de su prosa, salpicada de chispazos poéticos y dotada de una fuerza inusual. A Ray le importaba mucho más la ficción que la verosimilitud científica, y su destreza narrativa estuvo al servicio del ensueño y de una especie de mirada compasiva sobre el ser humano y su eterna perplejidad frente al universo.
Parece, entonces, que nuestro hombre no encaja bien en ningún molde. Quizá tenga que ver en ello su formación autodidacta, pues el jovencito Ray Bradbury no pudo ir a la universidad y, mientras subsistía vendiendo periódicos, leyó como un poseso en las bibliotecas públicas y pasó miles de horas en las salas oscuras de los cines. Así, junto a su fascinación infantil por las ferias, los magos ambulantes o los dinosaurios, amalgamó una personalidad literaria original y heterogénea que lo llevaría de las praderas americanas a los mundos interestelares.

Marte, dulce hogar
Por supuesto, todo empezó con Crónicas marcianas, cuentos cortos que fascinaron a Borges y que Bradbury escribió justo a mitad del siglo XX, mientras atravesaba no pocas penurias económicas. Aquellas piezas breves trataban de la llegada de colonos humanos al planeta rojo, pero también trataban de la moral y del miedo; de las sombras que nuestra raza lleva dentro y se manifestaban ahora en un mundo nuevo, con viviendas de cristal levantadas entre nubes de polvo y mares fósiles.
El joven cuentista situó las narraciones marcianas entre 1999 y 2026 y mostró con ellas la altura de un estilo que había consolidado en pocos años:
«Los cohetes vinieron redoblando como tambores en la noche. Los cohetes vinieron como langostas y se posaron como enjambres envueltos en rosadas flores de humo. Y de los cohetes salieron de prisa los hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos como animales feroces de dientes de acero, y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma familiar (…)».
Al año siguiente, el autor volvía a sorprender con El hombre ilustrado, otro magnífico libro de cuentos fantásticos, y en 1953, poco más tarde, aparecía la novela que multiplicaría su fama.
Los bomberos que quemaban libros
La inscripción de la lápida de Ray Bradbury dice «Autor de Fahrenheit 451». Un deseo del propio escritor que indica su predilección por esa obra, y su certeza de que sería recordado por ella aún más que por Crónicas marcianas.
En la narración, unos pocos individuos luchan por mantenerse libres y cuerdos frente a las autoridades y los medios, que narcotizan a la población y persiguen los libros para garantizar a la masa una felicidad ovejuna. Un argumento que quería ser una advertencia y que el talento de Bradbury incrustó entre los clásicos de la novela del siglo XX, por encima de géneros y clasificaciones.
Lo cierto es que Ray consiguió ser respetado en la literatura sin matices ni compartimentos, y que su obra parece ya atemporal. Lo puede comprobar cualquiera que lea relatos de la dimensión de La sirena en la niebla, La máquina voladora (ambos de Las doradas manzanas del sol) o El picnic de un millón de años (de Crónicas marcianas), y novelas como El vino del estío.
El optimista Bradbury no lo fue tanto sobre el avance tecnológico y lo que podría llegar a causar en la especie humana. Sin embargo, siempre se sintió fascinado por el futuro del hombre en las estrellas: «los viajes al espacio», afirmó, «nos harán inmortales». Algo que él ya había conseguido sin moverse del planeta Tierra.
Ray Bradbury, nunca podré dejar de leerte amo cada relato mágico y cada cuento que nos dejaste
Es una pena que Ray Bradbury no naciera en el siglo XXI, seguro estaría encantado de ver lo cerca de que estamos de llegar a Marte y quien sabe, quizá a nosotros nos toque ver la formación de las primeras colonias interplanetarias.
Soy muy fan de este escritor, sus historias me han inspirado muchísimo a escribir por mi cuenta e imaginar nuevos mundos.
Muchas gracias por compartirnos este pequeño texto acerca de él. 🙂