La trabajada brevedad de los microrrelatos

Un microrelato es una historia completa reducida a la mínima expresión, una narración extraordinariamente breve, precisa y condensada.

Microrrelatos

Son numerosos los nombres que reciben o ha recibido los microrrelatos: minificción, minicuento, microcuento, cuento brevísimo, ficción súbita, relato hiperbreve o el travieso textículo son solo algunos de ellos. Pero aunque la preocupación terminológica sea algo relativamente reciente, el género tiene una considerable historia detrás.

Parece que en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire podría estar el germen de Azul, de Rubén Darío, que muchos ven como primer hito del microrrelato. Es 1888, y otros autores como Jules Renard lo cultivarán e influirán en el inclasificable Ramón Gómez de la Serna. Pero el cambio de siglo va a traer, además, y sobre todo, la flaca e intensa sombra de Franz Kafka. El autor de Praga dejará desconcertantes piezas de muy pocas líneas que, como el ejemplo que sigue, no es difícil incluir en la elástica categoría del microrrelato:

El animal le arrebata el látigo al señor y se azota a sí mismo para volverse señor y no sabe que esto es apenas una fantasía creada por un nuevo nudo en las correas del látigo.

A lo largo del siglo XX, un buen número de cuentistas españoles producen ficciones en miniatura, y entre ellos aparecen los nombres de Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Ana María Matute e Ignacio Aldecoa. Pero el género prende de forma especialmente intensa en las letras de Hispanoamérica, con seguidores confesos de la pista de Kafka como Borges o Cortázar, y también con Augusto Monterroso, autor de una pieza (El dinosaurio) cuya enorme popularidad la llevará a convertirse, de algún modo, en el emblema del microcuento en castellano.

A Borges pertenece Un sueño, que muy bien se puede considerar un microrrelato de terror, y a Julio Cortázar se debe el texto siguiente, titulado Amor 77

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Pero, ¿qué es un microrrelato?

La pregunta merece, por supuesto, una microrrespuesta: un microrrelato es una narración extraordinariamente breve y condensada. Es decir, una pieza literaria que cuenta algo con la menor cantidad de texto posible. La economía de medios ha de ser máxima, de forma que el autor está obligado a medir y pesar cada palabra hasta dar con las más precisas.

¿Quiere eso decir que no se puede exceder un cierto número de líneas, palabras o incluso sílabas, como sucede con el haiku? En absoluto. En esta cuestión, al igual que en la distinción entre cuento largo y novela corta, ejércitos de estudiosos han formulado sus propuestas y definido sus límites para que, de nuevo, no se llegue a conclusión alguna. Nadie ha sido capaz de explicar, con argumentos válidos, dónde termina un microrrelato y empieza un relato breve.

Elementos como la elipsis, considerados necesarios por algunos teóricos, sí están a menudo presentes en un microrrelato. La pieza suele sugerir mucho más de lo que muestra, por lo que el papel del lector es claramente más activo que el demandado por un texto completo, sin huecos que rellenar. Se trata, en realidad, de llevar al extremo la famosa teoría del iceberg, tan querida de otro amante de la economía narrativa como Ernest Hemingway.

Resulta, quizá, más fácil decir qué no es un microrrelato: no es un poema, ni un aforismo, ni una greguería; no es un cuento corto, ni una sentencia, ni un haiku. Al menos en el plano teórico, porque en la práctica parece complicado dar motivos que sostengan, por ejemplo, que esta sugerente greguería de Ramón Gómez de la Serna no tiene la condición de microrrelato:

La lluvia es triste porque nos recuerda cuando fuimos peces.

Las cosas se complican aún más porque todo puede ser objeto de una narración en miniatura. Existen incluso microrrelatos infantiles, aunque un rasgo habitual del género sea, como hemos visto, la necesidad de que el lector complete las lagunas dejadas por el autor. Existen microrrelatos de amor, de misterio, de alegría y de nostalgia concentrados en píldoras verbales efectivas y sorprendentes. Y existen también relatos hiperbreves que no logran llegar a quien lee porque, al fin y al cabo, no resulta tan sencillo acertar con su composición y un microrrelato no ofrece tiempo para recuperarse de un error.  

¿Cómo escribir un microrrelato? 

Resulta una obviedad aconsejar a quien desee escribir microcuentos que lea todos los posibles y analice los recursos empleados en aquellos que le resulten más atractivos, sean los microrrelatos de Borges o los de Juan José Millás. Pero a la hora de ponerse al trabajo, no parece que haya más consejos que el de buscar el camino propio. Algunos autores imaginan una historia completa para luego reducirla a la mínima expresión, pues es necesario eliminar toda palabra superflua y elegir qué información se muestra y cuál se escamotea para que el lector juegue a reconstruir el relato. Otros, sin embargo, optan por dar directamente certeras pinceladas narrativas que abran múltiples posibilidades a la imaginación, sin que ellos mismos sepan, por citar el ejemplo clásico, cómo ha llegado allí el dinosaurio.

En cualquier caso, la precisión y la condensación son imperativas: en un microrrelato nada puede sobrar y nada debe resultar vago. También es característica común de los más exitosos concluir con un giro final que coja desprevenido al lector, y de ello es buen ejemplo esta pieza de Luis Mateo Díez:

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.

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