Mujeres poetas que nunca escribieron un tuit

Repaso de algunas de las mujeres poetas que han dejado mayor huella en la historia de la poesía. Safo, Dickinson, Plath, Storni…

Mujeres poetas

Mientras esperamos para conocer qué poetas terminan trascendiendo en la narcisista era de las redes sociales, seguramente será buena idea recordar algunas de las voces que han marcado hitos en la poesía femenina.

Tan larga es la historia de los versos escritos por mujeres que ya aparece un nombre propio hace la friolera de dos mil seiscientos años: el de Safo de Mitilene, o Safo de Lesbos. Sus contemporáneos apreciaron la fuerza de sus poemas y no se sintieron especialmente sorprendidos porque en ellos hubiese referencias al amor heterosexual y al homosexual. Fueron lectores de siglos más próximos a nosotros los que encontraron aquello chocante y confirmaron que, en no pocas cosas, se había retrocedido desde los tiempos clásicos.

Mujeres poetas del XIX a uno y otro lado del charco

Safo, de cualquier manera, ha quedado como temprana manifestación poética del deseo, la libertad y las tribulaciones de un ser enamorado. Temas ineludibles para cualquier autora, escribiera en una isla del Egeo o en el Massachusetts del siglo XIX. Este último fue el caso de Emily Dickinson, la figura sufriente y solitaria que casi sin querer dio oxígeno a la joven poesía estadounidense. Y es que nadie conocería hoy un solo poema de Emily si no hubiese sido por su hermana Lavinia, empeñada en llevarlos a la luz a pesar del desinterés de la autora.

Mientras Dickinson luchaba con sus demonios y sus versos, una autora gallega daba con el pulso del pueblo y con la música de una lengua largamente despreciada. Rosalía de Castro, cuya vida tampoco fue exactamente una fiesta, publicó Cantares gallegos y devolvió al idioma de su tierra parte de la dignidad perdida, además de convertirse en referencia, junto a Bécquer, de una poesía española que se iba despegando del Romanticismo.

Plath, Sexton y sus crueles fantasmas

Pero si el paso por este mundo de Emily Dickinson y Rosalía de Castro no fue fácil, menos lo fue el de Sylvia Plath. La lúcida, depresiva y talentosa autora de Ariel dejó una obra notable que interrumpió a los treinta años, cuando decidió abrir el gas y acabar para siempre con sus tormentos existenciales. Por una macabra casualidad, su amiga Anne Sexton tomaría una decisión similar algunos años más tarde.

Las dos se habían conocido en un taller de poesía de Robert Lowell, tras cuyas sesiones solían ir al bar del Ritz para hablar de traumas, daños emocionales y otros resbaladizos temas que ambas introdujeron en su poesía. La crudeza con la que tratan sus propios estigmas y pánicos sigue impresionando a día de hoy, y es por eso que sus obras ayudaron a derribar muros y tabúes y ensancharon el espacio de la moderna poesía femenina.

Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.

«Balada de la masturbadora solitaria»
Anne Sexton

Voces argentinas

No es la intención de este artículo hablar de escritoras suicidas, pero resulta que Alfonsina Storni también responde, dentro de su singularidad, a lo que parece un patrón frecuente en las poetas con relevancia en los tiempos modernos. Le tocó superar duros obstáculos debidos a su condición de madre soltera, sus penurias económicas y sus fases depresivas, y también se quitó la vida arrojándose al mar cuando padecía una enfermedad terminal. 

Alejandra Pizarnik compartía nacionalidad con Alfonsina. Vivió algunos años en París y se nutrió del surrealismo, pero su escritura pronto se alejó de referencias ajenas y se fue pegando a su piel hasta llegar, en palabras de Octavio Paz, a no contener «una sola partícula de mentira». La sugerente obra de Alejandra de nuevo se abrió camino, ya veis, entre crisis e intentos de suicidio, y junto a sus libros de poemas incluye un diario que ella escribió y reescribió en permanente ansia exploradora. La creadora de Árbol de Diana y Extracción de la piedra de la locura solo tenía treinta y seis años cuando se atiborró de pastillas un mal 25 de septiembre.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

«La Jaula»
Alejandra Pizarnik

Dos perfiles diferentes

Casi en las antípodas de las poetas que rehúyen salir al mundo y viven encorvadas sobre un papel estaría Gabriela Mistral. Ella recibió multitud de honores, distinciones y nombramientos, ocupó cargos en varios organismos y viajó por todo el planeta, además de lograr el Nobel en 1945.

La popularidad de Mistral en vida fue grande, y también lo fue la de Gloria Fuertes, aunque haya diferencias muy evidentes entre uno y otro caso. En el de Fuertes, autora que compartía generación con José Hierro o Blas de Otero, la difusión llegó gracias a su participación en programas televisivos infantiles y no traspasó los límites nacionales. Pero su carisma y su inventiva la convirtieron en una figura querida cuya vertiente seria se ha venido reivindicando en los últimos años.

Sylvia Plath, Ariel
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Safo, Poesías
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Rosalía de Castro, Cantares Gallegos
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Gloria Fuertes, Antología de poemas y vida
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