Mircea Cărtărescu, la alucinación y la palabra

En la literatura de Mircea Cărtărescu se pueden encontrar recursos posmodernos, surrealistas, barrocos y románticos junto a casi todos los demás.

Mircea Cărtărescu

El rumano Cărtărescu lleva décadas deslumbrando a lectores con cierto gusto por el riesgo y haciéndoselo pasar mal a críticos y académicos, siempre dispuestos a meter a cada autor en su correspondiente cajón.

Él lo tiene más claro: afirma que en su literatura se pueden encontrar recursos posmodernos, surrealistas, barrocos y románticos junto a casi todos los demás. Así que será mejor guardar las etiquetas que diferencian géneros para otros, porque ahora tratamos con un creador genuino. Un tipo que entre los quince y los veinticinco años, en el Bucarest de Ceaușescu, no hizo otra cosa que leer y leer miles de libros hasta intoxicarse de literatura para siempre. Un escritor que se considera poeta por encima de todo, pero hace novelas recomendadas de ochocientas páginas. Que empieza sus libros sin plan alguno, desconociendo adónde se dirigirán la historia y sus personajes, y una vez terminados los entrega a la editorial sin haber tachado, corregido ni rectificado nada, como el Mozart de la película de Miloš Forman.

Dice él, cosas de genios, que se trata de una especie de trance.

Dice también que los únicos libros que valen la pena son los ilegibles, porque nadie puede explicar con claridad lo que ocurre en su interior. Y que escribe, como Kafka, para entender su situación en este mundo. Pero no es ese el único parentesco que podría apreciarse con el de Praga, pues Mircea también excava hasta el fondo cuando se pone ante un papel, e incluso ha declarado que inventa libros para poder vivir en ellos.

Poesía y prosa que sigue siendo poesía

Durante muchos años se dedicó exclusivamente a la poesía, y su salto a la prosa no fue poco sorprendente: un libro de cuentos cortos titulado Nostalgia que se publicaba en los primeros noventa y contenía El ruletista. Cualquiera diría que ese texto anunciaba algo grande si no fuera porque, pocos años antes, su autor ya había tocado las cumbres con El Levante.

El Levante es otro diamante extraño. En inicio, fue escrito como un larguísimo poema-experimento en que el erudito Cărtărescu reciclaba todas las tradiciones rumanas del género para dar forma a una epopeya cuyos héroes surcan los mares en barco y los cielos en zepelín. Pero después se convirtió en prosa. En una prosa tan atiborrada de imágenes que su lectura resulta una experiencia difícil de olvidar.

Los cinco pasan junto a ermitas de anacoretas esqueléticos, tumbados con sus hábitos infectos bajo setas y hongos. Ven arañas tan grandes como la palma de la mano que corren a la caza de pájaros en lugar de moscas: tejen cuerdas en vez de hilos… Y de repente cae la noche, y de repente sale la luna, que eleva hacia el cielo llamas y chamarascas. El bosque negro retumba, embadurnándose con el granate de las vendas ensangrentadas de las nubes.

Volvería el escritor a fulgurar con Lulú y con los cuentos de Las Bellas Extranjeras, pero si en este siglo le esperaban dos proyectos ambiciosos, esos eran Cegador y Solenoide.

Literatura para buceadores

La trilogía Cegador aparece como una obra ciclópea, delirante y obsesiva situada en la Rumanía comunista, que adopta la fisonomía de una mariposa (El ala izquierda, El cuerpo y El ala derecha) y lleva al extremo la arquitectura verbal. Porque Cărtărescu es un autor para aventureros, y aunque muchos de sus párrafos puedan hacer pensar en viajes de alucinógenos, él mantiene que cualquier droga resulta decepcionante comparada con la poesía de Ginsberg o de Pound.

Por su parte, las muchísimas páginas de Solenoide recuerdan que no va con su creador eso de distinguir realidad de ficción o sueño de vigilia. El personaje central es un Mircea Cărtărescu que en una existencia alternativa hubiera fracasado como escritor, y todo vuelve a parecer desbordante e hipnótico, con artificios de palabras salidos en buena parte de un diario que el autor escribe desde la adolescencia y considera su obra maestra. Además, otra vez, de su amado y odiado Bucarest, una ciudad que él se inventa y a la que quiere atarse igual que Durrell se ató a Alejandría o Joyce a Dublín.

El Nobel siempre es el Nobel

La insólita creatividad verbal y poética de Cărtărescu, y una obra que huele ya la inmortalidad, no podían ser pasadas por alto por los responsables del Nobel de Literatura. Como mayor escritor rumano vivo y uno de los grandes de nuestro tiempo, lleva años entre los candidatos a un premio que no recibieron las audacias teatrales de Ionesco ni las invenciones dadaístas de Tristan Tzara. Sería toda una ocasión para que la Academia Sueca premiase por primera vez a un autor en lengua rumana y recuperase, de paso, parte del crédito perdido en designaciones más bien discutibles. Pero probablemente a Cărtărescu no le importe mucho todo eso.

Poesía esencial
Poesía esencial
Nostalgia, Mircea Cartarescu
Nostalgia
Lulu, Mircea Cartarescu
Lulu
Las Bellas Extranjeras, Mircea Cartarescu
Las Bellas Extranjeras
El Ruletista, Mircea Cartarescu
El Ruletista
Solenoide, Mircea Cartarescu
Solenoide
El ala izquierda, Cegador 1
El ala izquierda, Cegador 1
El cuerpo, Cegador 2
El cuerpo, Cegador 2
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