Las creencias, la moral, el orden, las buenas costumbres. En nombre de todas esas cosas se ha escandalizado la sociedad a la vista de la letra impresa. Sin embargo, entre libros polémicos y novelas depravadas se podrían reunir muchas páginas brillantes de la historia de la literatura.
Nos vamos a saltar aquellas obras que a lo largo de los siglos han encendido las iras de las distintas autoridades religiosas, porque esa sería una lista casi infinita. Nuestra intención es recordar algunos de los libros que consiguieron indignar a una parte significativa de la sociedad, aunque tampoco se librasen de la correspondiente cuota de irritación eclesiástica.
¿Qué tienen en común casi todas ellos? Correcto: el sexo.
Prohibiciones y más prohibiciones
Vladimir Nabokov creó para Lolita uno de los arranques más memorables que nunca haya tenido una novela. Pero el escritor ruso, siempre tan preocupado por el estilo, vio cómo las editoriales rechazaban, una por una, su manuscrito. Finalmente fue publicado y sacudió como un terremoto la moral y la decencia de los años cincuenta. ¿El motivo? La turbia relación del profesor Humbert Humbert con su hijastra Lolita, apenas adolescente.
La novela estuvo prohibida en varios países, y tampoco pudo evitar algunos problemas su adaptación al cine, por mucho que la nínfula cinematográfica tuviese un par de años más que la literaria.
Tres décadas antes, en la Europa de entreguerras aún quedaba tiempo para escandalizarse con El amante de Lady Chatterley, del británico D. H. Lawrence. Quizá aquí las objeciones eran algo más complejas, pues si bien la historia no escatimaba detalles sexuales, la relación en cuestión se daba entre un simple guardabosques y una aristócrata, cuyo marido había quedado inválido en la guerra.
El caso es que la prohibición en el Reino Unido duró décadas, y cuando por fin Penguin publicó la obra, en 1960, saltaron nuevas ansias censoras. La editorial tuvo que afrontar un célebre proceso judicial en el que, por suerte, no ganó el puritanismo.
La prosa de Miller y la pacata Francia de Flaubert
«Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación…». Así se advertía al lector en los primeros párrafos de Trópico de Cáncer. Y en efecto, lo que venía después era difícilmente clasificable. Una de las voces literarias más poderosas del siglo XX, la de Henry Miller, componiendo un fascinante caos expresivo lleno de crudeza, lirismo y rabiosa libertad. Pero claro, también tenía sus buenas dosis de obscenidad y de correrías por los prostíbulos parisinos. Eso le colgó a Miller el sambenito sexual y, de paso, llevó a la prohibición de la novela en su propio país durante casi tres décadas.
Comparado con los demás libros de esta lista, resulta muy poco llamativo el adulterio de Emma Bovary. Pero en otro contexto, exactamente el de la Francia de mediados del XIX, las cosas adquieren otra perspectiva. Los acontecimientos se sucedieron así:
Una revista publicó Madame Bovary por entregas entre octubre y diciembre de 1856. En enero de 1857, su autor, Gustave Flaubert, se encontraba frente al fiscal (que en privado era un gran aficionado a la pornografía), acusado de ofensas varias a la moralidad y el decoro. Para defenderse, Flaubert alegaba que su intención había sido mostrar las consecuencias del pecado, y salvaba la situación por los pelos. En abril de 1857, la obra era publicada en un solo volumen y, tal como estás pensando, arrasaba en ventas.
Del marqués de Sade a Las once mil vergas
¿Podía faltar el marqués de Sade en una lista de obras literarias escandalosas? No, claro. Seguramente sea el nombre más indispensable de todos, aunque el buen Donatien Alphonse François también tendría un sitio de honor entre los escritores de vida rocambolesca.
Envuelto en varios episodios truculentos cuya veracidad no está muy clara, el marqués pasó un montón de años en prisiones inhumanas que le destrozaron la salud física y la mental. Y la publicación clandestina de Justine acabó de arreglar las cosas. El autor fue detenido y encerrado de nuevo, esta vez en un siniestro manicomio, por escribir obras abyectas debidas a su demencia libertina.
Muchos años después, Apollinaire reivindicaba la figura del de Sade y le rendía homenaje a su manera: con una gamberrada titulada Las once mil vergas que circuló por los salones parisinos de principios del siglo XX. La obra, de la que Picasso dijo que era el mejor libro que había leído nunca, iba mucho más allá que todas las fantasías juntas de Donatien: pederastia, necrofilia, bestialismo, empalamientos, vampirismo y un largo y orgiástico etcétera se comprimían en una novelita explosiva y plena de ingenio que sigue resultando divertidísima más de un siglo después.
El viejo problema de la censura
Parece claro, en fin, que una cosa es tener cuidado de no incluir ciertos contenidos en los cuentos para niños, y otra poner límites a lo que un escritor puede decir en una obra dirigida a los adultos.
La hipocresía generada por las convenciones sociales tiene mucho que ver con el problema, y es precisamente un cuento corto clásico, El traje nuevo del emperador, el que mejor ha explicado las consecuencias de querer guardar las apariencias a toda costa. Las propias bibliotecas de los poderosos también saben bastante acerca de esto, pues es larga la lista de gobernantes que hojearon con interés las mismas páginas que prohibieron leer a los ciudadanos.